PREGÓN DE LAS FIESTAS
Al comenzar este pregón de las Fiestas de Regumiel
de 1995 quiero agradecer a las personas que se acordaron de mí y me nombraron
para dirigirme a los habitantes y visitantes de nuestras tierras sobre todo este
año, en el que mi padre ha fallecido al igual que sus otros dos hermanos Ita y
Juan, los tres nacidos aquí. Y es a mi padre al que debo agradecer más el cariño
que tengo a Regumiel y el que más me ha transmitido el orgullo de ser de este
pueblo.
Mis abuelos se establecieron aquí, donde vivieron la mayor parte de su vida, unos hicieron un aserradero, negocio que continuaron mi padre y mi tío; el otro abuelo fue el primer médico-dentista que vino a Regumiel. Aquí también han nacido mis tres hermanos y nuestra infancia la hemos pasado al calor y al olor de la madera, industria que ha florecido y enriquecido al pueblo, y de la que sus naturales nos sentimos tan orgullosos.
Sus bosques prestan tanto a sus moradores como a sus visitantes. Cuando escribo estas líneas en Madrid, donde hace un calor agobiante y donde todo el año se trabaja a un ritmo trepidante, sólo pensar en el bosque, en la brisa que corre en Matellana me refresca, escuchar en la lejanía el ruido de las aguas del Triguera me relaja y consuela. Mi imaginación me pasea por el Pasto del Monte y la Sierra Vieja y mi corazón se llena de aire puro, me sosiega.
Como todo ser humano los recuerdos de la infancia son cada vez mayores a medida que va pasando el tiempo, como tratando de aferramos cada vez, más a la vida. Las aficiones que adquirí en Regumiel de niño aún las sigo practicando, en el tiempo libre cada día más escaso: el juego de pala, la búsqueda de setas, la bicicleta, las excursiones al monte... y asar chuletas.
Son abundantes los recuerdos de las muchas actividades hoy perdidas, o al menos no practicadas por los niños de hoy, y que a mi hijo Julián le gusta escuchar cuando le cuento que en Navidades íbamos en grupo por las casas a cantar villancicos anunciando la comparsa con unas carracas de madera y cómo en la misma época prácticamente todo el pueblo asistía a la Misa del Gallo y que después nos reuníamos en la Sociedad para celebrar todos juntos la Navidad.
Eran otros tiempos, incluso nevaba como Dios manda. Recuerdo que los senderos entre la nieve me cubrían totalmente. Cuando así nevaba, rápidamente el Alcalde ordenaba al Tío Gonzalo que era el peluquero, sastre y Alguacil (tenía casi tantos oficios como hijos) que hiciera el pregón. Este, usando la corneta y el tamboril comenzaba "Se hace saberrr.. de parte del señor alcaldeee.. que todos los hombresss.. vayan con palasss.. a quitar la nieve de la carreteraaa.."
En verano, al ser las vacaciones más largas, lo aprovechábamos mucho mejor, disfrutábamos más del monte, por la mañana intentaba pescar alguna rana, de las pocas que dejaba la Tía Claudia; una vez comidas las exquisitas ancas usábamos el resto para montar los cebos en los reteles y poder pasar la tarde en la Sierra o en el Valle, pescando algún cangrejo, si nuestro amigo Teo no se había anticipado y, por tanto, disipado nuestras ilusiones de conseguir un animalito despistado, y eso sí, siempre con el "visto bueno" de Servando, que nos recomendaba obtener una licencia para pescar, del Ayuntamiento. Y en cuanto a las excursiones, no teníamos más que preguntar a Mateo por las previsiones metereológicas para saber si podíamos salir o no al día siguiente.
Los chicos más habilidosos se hacían sus propios juguetes, con más imaginación y destreza que medios materiales para conseguirlos: coches de madera y ruedas con rodamientos, con las que se arrojaban por la cuesta del pueblo, tablas de madera para escurrirse en las laderas de la Tenada, palas con las que jugar al pítil o al frontón, pelotas hechas de lana de jerséis viejos, forradas con piel de gato local.
También recuerdo a D. Filadelfo maestro de siempre, con el que aprendí a leer, a escribir y las cuatro reglas y a tantos hombres, llenos de sabiduría popular y conocimientos prácticos de la vida, dichos, refranes y experiencias recibidas por tradición, de los que mi padre ha sido el mayor transmisor.
Las fiestas de San Adrián suponían prácticamente el ocaso de las vacaciones estivales. Todos nos preparábamos con gran ilusión, como se hace ahora, y tratábamos de participar en lo que hubiere apto para nuestras edades, bien en carreras, en partidos de pelota a mano o con pala, carreras de sacos, la cucaña, etc. La procesión, encabezada por D. Blas y las autoridades locales, era un rito que llena mi memoria. Las noches, más cortas que las de ahora, acababan con el baile, donde los chicos hemos aprendido a dar nuestros primeros pases con nuestras amigas de la escuela.
Como gran viajero que soy, en parte por mi trabajo y en parte por ser un poco trotamundos, he llevado el nombre de Regumiel por muchas partes del mundo; y en lugares tan remotos como el Machu Pichu, Bali o Honolulú en los libros de visita siempre hago constar "aquí estuvo uno de Regumiel". Llevo el nombre de hijo de Regumiel con orgullo y no hay amigo mío que no sepa de su existencia. Son muchos los conocedores del pueblo y sus gentes, que han venido a disfrutar algún día de descanso (e incluso antes de descubrirse las huellas de dinosaurios).
Quiero desear a todos los que van a participar en estas fiestas que en estos días seamos capaces de olvidar nuestras rencillas particulares, que nos acerquemos al que hemos dejado a un lado, por algunas discrepancias o por diferentes ideas y que antes les teníamos por amigos. Que es menester como en los buenos matrimonios el que cedamos cada uno un poco para lograr el equilibrio y sensatez que siempre ha caracterizado a sus habitantes. Como decía D. Enrique Tierno Galván, alcalde de Madrid en los años 80, a propósito de sus pregones: "Aunque es notorio y de común conocimiento que los vecinos de esta Villa suelen hacer oídos de mercader a las advertencias y admoniciones del Alcalde, séame permitido recordar que entre las virtudes que hacen un vecino perfecto y acabado, una muy principal es la cortesía, merced a la cual conservamos viejas amistades, ganamos nuevas, hacemos de los extraños propios y no pocas veces de los hostiles enemigos amigos de apego y fiar, logrando por añadidura que quienes visitan las ciudades pobladas por vecinos corteses se hagan lenguas de ellos, maravillados de la apacible condición de sus moradores".
De la buena crianza de los "regumielos" esperamos el esparcimiento adulto y el juvenil retozo, haya una abierta diversión, sin excesos, con alegría y discreción, que nuestro comportamiento nos honre para continuar con estas tradicionales fiestas de nuestro patrón San Adrián en los próximos años.
JULIAN GÓMEZ DEL CAMPO
Licenciado
en Ciencias Empresariales. ICADE, Madrid
Abogado por la Universidad Complutense de Madrid
Graduado
en Derecho Comunitario, Escuela Diplomática
Master
of Sciences en Métodos Cuantitativos de Gestión (E.O.I.)
Director
General de Aseguradores de Riesgo Nucleares A.l.E.
Presidente
del Grupo de Trabajo sobre Responsabilidad Civil y Seguro de la Asociación
Internacional de Derecho Nuclear.
Vocal
del General Purpose Committee, International Nuclear Pools’Forum
Miembro
del Colegio de Abogados de Madrid y Sociedad Nuclear Española.
REINA
Loli Ibáñez Pascual
DAMAS
Cristina Velilla Moral |
Raquel Santamaría Martínez |
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