Adrián,
nacido en Nicomedia, era hijo del emperador Probo, el más heroico
y el más digno de ser honrado, perteneciente a la época llamada
“de los treinta”, que va desde el año 260 al 285.
A los veintiocho años, era un joven muy hermoso, de complexión firme y delicada, casado con Natalia, de familia distinguida, era uno de los veinticuatro oficiales que perseguían a los cristianos de Nicomedia. De alma grande y generosa, admiraba la constancia y el valor de los cristianos. De esta admiración pasó a estimarlos cuando vio y comprendió su gran piedad. Así llegó a convertirse al cristianismo, recibiendo el bautismo y con este sacramento también la fe. Algunos de sus familiares ya eran cristianos.
En efecto, Domicio, su tío paterno, era incluso obispo de Bizancio. Dada su elevada alcurnia por su nacimiento y su elevado puesto, tenía fácil acceso ante el César.
Un día se permitió reprochar al emperador, con energía, la persecución que hacía a los cristianos; eso le enfureció, por lo que le hizo martirizar junto a otros cristianos.
Sobre un yunque, a golpes de martillo, le machacaron las piernas y, a petición de Adrián, cortáronle las manos y apenas se las hubieron cortado el santo mártir expiró entregando su espíritu al Señor.
El emperador mandó quemar sus cuerpos. Preparada la hoguera los soldados se disponían a arrojarlos, cuando en ese preciso momento cayó del cielo una inmensa tromba de agua que extinguió completamente el fuego e impidió que el cuerpo mutilado del santo se quemara.
Los Cristianos, secretamente decidieron llevarse los restos de Adrián y de sus compañeros a Constantinopla, su tío Domicio celebró las honras fúnebres, Natalia tomó un barco para reunirse con el cadáver de su esposo y, ya en Constantinopla, se dirigió a la casa donde descansaba Adrián y arrodillándose comenzó a orar y se quedó dormida; entones se le apareció Adrián y le invitó a reunirse con él en la paz de la Gloria. Al despertar, Natalia refirió a los presentes lo ocurrido, se despidió de ellos y al momento expiró.
Los fieles sepultaron su cuerpo al lado de Adrián.
Elevado a los altares, nuestro pueblo Regumiel lo honra como patrono. ¡Que su fiesta sea para todos convivencia, júbilo y acogida! Regumiel siempre ha tenido sus puertas abiertas.
CULTO A SAN ADRIÁN
Los griegos rutenos honran a San Adrián y Santa Natalia el 26 de agosto. El mismo día hacen también conmemoración de otro mártir, homónimo del de Nicomedia, lo que dio lugar a confusiones, llegándose a creer que ambos no eran sino una sola y misma persona.
El bienaventurado mártir San Adrián es patrono de los carniceros, cerveceros, carteros, carceleros y comerciantes en granos. Junto con los santos Roque y Sebastián, se le invoca contra las enfermedades contagiosas.
Se refiere que, viéndose el emperador San Enrique de Alemania obligado a dar batalla a sus enemigos, se encomendó a los santos mártires Adrián, Jorge y Lorenzo, y luego, durante la pelea, los vio que iban delante de su ejército, con un ángel que daba recios golpes a diestro y siniestro.
El cuerpo de este glorioso mártir se trasladó de Constantinopla a Roma, a 8 de septiembre, fecha de su fiesta principal; parte de él se venera en la iglesia de San Adrián edificada en el Foro.
Su culto se extendió sobre todo en Gramonte de Bélgica, donde la abadía de San Pedro – que después se llamó San Adrián – recibió sus reliquias a fines del siglo XI. Además de su fiesta principal, que era el día 9 de septiembre, celebrábanse allí otras dos, los días 4 de marzo y 27 de mayo, aniversario éste de la llegada de las reliquias al monasterio. Cada jueves se decía misa solemne con exposición de las reliquias; después de Completas, los monjes solían cantar una antífona con versículo y oración del Común de un santo mártir. Casi no pasaba día sin que llegase alguna peregrinación.
Entre los personajes que vinieron a Gramonte a implorar la protección de San Adrián cuéntanse la duquesa de Lancáster, el año 1376, y el Delfín de Francia que fue luego rey Luis XI, en el año 1457.
El año de 1378, se fundó en dicha abadía una cofradía de Santa Natalia, que desde 1627 se llamó cofradía de San Adrián y Santa Natalia. A ella perteneció la nobleza de Bélgica. Fue aprobada por el Papa Urbano VIII; decayó luego, pero renació en el siglo XVIII.
El culto
de San Adrián floreció en Gramonte por espació de
cinco siglos. En las guerras de los siglos XVI y XVII, fueron trasladadas
las reliquias nada menos que unas doce veces para guardarlas en lugar seguro,
prueba evidente de la gran veneración que tenían los fieles
a este glorioso mártir. San Adrián premió esta devoción
con extraordinarios milagros, incluso con resurrecciones.
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